lunes, diciembre 20, 2004

El aprendiz

A Pablo le faltaban pocos días para jubilarse y durante las dos últimas semanas había estado instruyendo al recién licenciado que ocuparía su lugar en la compañía. El chico no era tonto, pero le faltaban tablas y eso era lo único que Pablo no podía traspasarle, la inexperiencia sólo se cura con el tiempo. La verdad es que ahora, cuando definitivamente veía las tijeras cortar el cordón umbilical que le ligaba a la empresa, Pablo se estaba divirtiendo. No había disminuido su profesionalidad, de hecho nunca había sido tan puntual en la hora de entrada, pero sí adoptaba una actitud más relajada. Es posible que esa nueva forma de afrontar la cotidianeidad fuese la responsable de que la eficiencia y la eficacia en su trabajo hubiesen mejorado exponencialmente, sin desatender en ningún momento la nueva tarea de formar al ingeniero. Pero de vez en cuando Pablo se permitía gastar algunas bromas a medio plazo, como pequeñas bombas de relojería para que se acordasen de él cuando ya no fuese parte integrante de la plantilla. Ahora, en el presente sólo Pablo se reía. Se le escapaban pequeñas sonrisas en la cafetería, leves muecas en los pasillos e incluso debía esconderse tras la pantalla del portátil o en los baños cuando no podía reprimir las carcajadas. El resto de compañeros atribuían el cambio de humor a la inminente jubilación, hecho que le provocaba aun más risa. Hoy ha activado una de esas bromas cuando le ha dicho a su pipiolo que, después de cinco días revisando las funcionalidades y analizando los procesos, ya sabía todo lo que necesitaba sobre la plataforma. Y el muy berzotas no se ha dado cuenta de que todavía nadie le ha explicado como apagar y encender la computadora.